Permanecía despierto pues le aterraban las pesadillas, sin darse
cuenta poco a poco fue transformando al eterno insomnio en la más
terrible de ellas…
Llegar a ese punto en el que no sabes si estás dormido o despierto,
si la sombra que se cierne sobre ti es una alucinación en vigilia o un
producto de la fase REM, y es que cuando duermes, el cerebro procesa tus
temores inconscientemente, pero hacer esto mientras permaneces
despierto es una tarea abrumadora, tener que soportar el dolor sin la
anestesia que proporciona el acto de dormir es algo horrendo… Pero ¿no
es mejor así? Uno supondría que tal experiencia te proporcionaría
resistencia al dolor venidero, entre más dolor experimentes más
tolerante a él te haces ¿no? pues no, solo te haces más sensible a él;
puede que en apariencia aprendas a tolerarlo pero no nos engañemos:
cuando la fiesta ha terminado, cuando todos se han ido, cuando has
expulsado el ácido y amargo vómito, cuando la jaqueca se asoma por la
ventana de tus glóbulos oculares y el mareo así como la euforia producto
del alcohol y los alcaloides se difuman, cuando yaces acostado mirando
el gris techo de tu existencia, ahí, en ese momento cuando la gente
normal cae rendida por el sueño, tú permaneces con el funcionamiento del
sistema nervioso central intacto, una lluvia de pensamientos comienzan a
inundar tu agotada mente —como una mancha de petróleo que se cierne
sobre un ya de por sí deteriorado arrecife, hasta que la suma de
sentimientos negativos y (si es que hay alguno) positivos se mezclan
formando un aura de melancolía, esa que Victor Hugo definió como ‘la
alegría de estar triste’.
El cansancio parece hacerte dormitar, pero esta es solo otra ilusión:
tan pronto como empiezas a quedarte dormido, la tierra ha terminado de
dar otra vuelta sobre su propio eje, el despertador ha sonado y la
pesadilla de no dormir ha comenzado de nuevo.
Esta historia fue originalmente publicada en Analphabestia
Esta historia fue originalmente publicada en Analphabestia
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