martes, 6 de junio de 2017

Secuelas de un amor prohibido


Su amor era algo imposible, pertenecían a linajes completamente distintos y aunque probablemente compartían un origen en común, sus caminos se habían separado hace varios cientos de millones de años. Durante ese tiempo sus familias se habían embarcado en una carrera armamentística resultado de interminables y feroces batallas a muerte ¿quién inició la guerra? Nadie lo sabe, lo cierto es que la generación de los dos amantes no sería la excepción: estaban obligados a luchar.

Era ese tipo de amor que solo el odio podría entender, la presencia de uno tarde o temprano terminaría por acabar con la existencia del otro, y sin embargo, ahí se encontraban, por más que intentaran negarse a luchar no podían evitarlo, esa forma de vida había quedado grabada en los genes de ambos hace billones de generaciones.

Él fue el primero en deslizar sus técnicas de ataque, al acercarse pudo reconocer el receptor especifico en la membrana de su amada, presuroso intento acoplarse a la superficie celular pero ella no pondría las cosas fáciles, al detectar la presencia de su amado enemigo movilizó sus flagelos, con algo de suerte logró esquivar la embestida; tal vez porque en el fondo ninguno quería dañar al otro fue que esta  persecución se repitió varias veces hasta que finalmente el joven virus tomó la iniciativa asestando el primer golpe, la tomó con fuerza y delicadeza al mismo tiempo, después de todo él no quería dañarla y su propia supervivencia dependía de ella, así que introdujo su especializada aguja hipodérmica a través de la membrana bacteriana, ella ya no podía resistirse a sus encantos y a pesar de las advertencias recibió el material genético de su amante. 


El ADN exógeno recorrería un tortuoso camino, desde la cápside vírica pasaría a través de la cola hueca y penetraría en el citoplasma de su huésped, una vez en el cromosoma circular, con suma maestría se incorporó en el material genético del huésped; normalmente la bacteria eliminaría al invasor mediante endonucleasas de restricción, pero esta no era una bacteria normal. Debido a simples mutaciones en el ADN bacteriano no había sido capaz de eliminar al invasor, pero esta era sólo la primera estrategia de defensa que la evolución le había otorgado a su linaje, inmediatamente después de que los genes del virus se introdujeron se puso en marcha una maquinaria inmunológica, una novedad que le permitía a la bacteria reconocer la secuencia genética infectada, cortarla y reemplazarla por genes sanos, los mejores guerreros del ejército bacteriano eran capaces de ejecutar esta operación con gran precisión quirúrgica, pero ella no, una habilidad recién adquirida requiere años de selección natural para ser pulida, esta vez la suerte estaba del lado enemigo. 

Ella sabía por historias que sus antepasados le habían contado, lo que habría de ocurrir a continuación. Cual ventrílocuos manipulando a sus marionetas, los "fagos" se apoderan de la maquinaria biosintética del huésped y la utilizan para transcribir su información genética en ARNm, los ribosomas bacterianos se ven obligados a traducir el ARNm en proteínas, estas últimas degradan el cromosoma bacteriano inhibiendo así la expresión de sus genes, de esta forma la bacteria se transforma en un esclavo al servicio del fago, cuya única función es mantenerse con vida solo para producir la materia prima para la construcción de estructuras virales. Una vez terminada la síntesis de materiales estos se ensamblan, los fagos recién formados causan la lisis de su propia fábrica y son liberados para repetir el malvado ciclo.

Esperó, uno, dos, tres, cuatro, pasaron diez minutos y nada ocurrió -¿Por qué?- se preguntaba ella -Porque te amo- respondió él. Los segundos transcurrieron y el proceso de fisión binaria comenzó, el fago no resultó ser lo suficiente virulento y el ambiente había inhibido la expresión de sus genes. Ellos finalmente eran uno, el ADN del fago se había fusionado con el de su amada bacteria y se replicaría junto a ella. 



La secuela evolutiva de esta intrépida unión es lo que hoy conocemos como ciclo lisogénico, gracias a la persistencia de dos amantes y al poder transformador de la selección natural una nueva generación de bacterias y virus tolerantes unos a otros había surgido, para estos amantes la guerra había terminado, pero la danza entre fagos y bacterias apenas había iniciado.


Esta historia participó en el I Certamen de Cuentos de Ciencia 

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