Pienso
que nuestro trabajo como científicos, divulgadores, pensadores
críticos y escépticos no es convencer a nadie de nada, tampoco
persuadirlos de que acepten nuestras ideas, ni desconvertirlos de sus
creencias. Porque por más que intentemos hacer esas cosas, es
simplemente imposible lograrlo, como decía Terence Mckenna “el
problema no es encontrar la respuesta, el problema es enfrentarla”.
No
se puede convencer a una persona que ha sido sistemática y
dogmáticamente reprimida de sus facultades críticas, de que
abandone de golpe las ideas que le han sido embutidas desde su
infancia, y no me refiero únicamente a las creencias religiosas,
sino a toda la amplia gama de supersticiones y sinsentidos que tanto
habitan en nuestra sociedad. No podemos convencer al ciudadano
corriente que deje de creer en los horóscopos, en los aliens, en la
homeopatía, en la tierra plana, ni en cualquiera de los miles de
dioses que la humanidad se ha inventado; porque todas estas creencias
aunque parezcan inofensivas, parten del mismo principio en el que se
basan los actos suicidas en nombre de Alá, o en los padres que se
niegan a vacunar a sus hijos (promoviendo el surgimiento de
enfermedades que creíamos errádicadas), tanto el fundamentalista
que mata y se mata por y para su dios, como el moderado que intenta
amalgamar ideologías de la edad de piedra con los avances del mundo
moderno (aunque al final solo consiga entrar en un estado de
disonancia cognitiva), surgen a raíz del mismo fenómeno: la noción
de que hay virtud en aceptar como cierta cualquier afirmación sin
requerir evidencias que las sustenten, bug o fallo mental
tambien conocido como “fe”.
Es
el viejo dilema que señaló Carl Sagan: no se puede convencer a un
creyente de nada, porque sus creencias no se basan en la evidencia,
sino en la enraizada necesidad de creer. Por lo tanto, cualquier
intento de desconversión está obligado a fracasar, sin importar
cuántas toneladas de evidencia científica e histórica (o de
cualquier otro tipo) se presenten. El creyente está programado para
no pensar, para conformarse con respuestas que no responden nada,
para no cuestionar ni desafiar a la autoridad. La persona que recurre
a la fe y a los vacíos en el conocimiento actual para justificar sus
actos y creencias, pertenece sin duda, a la primera infancia de
nuestra especie. Este tipo de personas son como palomas en una caja
de Skinner: van por la vida confundiendo correlaciones arbitrarias y
concidencias con causalidad, pero ¿cómo culparlos? En un universo
caótico donde las causas e interacciones de la naturaleza permancen
tan ocultas al ojo inexperto de una especie de Homínido medianamente
inteligente que solo lleva unos cuantos cientos de miles de años en
este planeta, era de esperarse que se fundieran pseudoexplicaciones
que parecieran tener sentido.
Así como no se puede convencer a un niño de que deje de creer de
golpe en santa o el hada de los dientes, tampoco se puede convencer a
un adulto de que se deshaga de sus concepciones más arraigadas; pero
de la misma forma en la que un
niño crece, madura, adquiere nuevos conocimientos y formas de
interpretar la realidad; cualquier persona es perfectamente capaz de
quitarse la absurda venda de la fe. Por lo tanto,
no podemos perder el tiempo embarcandonos
en una cacería u holocausto intelectual
para eliminar de las mentes de las personas todas estas nociones
absurdas. Lo que sí podemos hacer es poner al alcance de todos
el conocimiento y método científico, señalar la evidencia que
contradice las creencias
irracionales y dogmas de cualquier tipo,
así como las inconsistencias lógicas
de las mismas, luchar porque todos tengan acceso a una vida y
educación de calidad, defender la separación del estado y la
iglesia, promover el escepticismo y el pensamiento crítico,
exponer de forma atractiva a la sociedad (y en palabras que
cualquiera pueda entender) nuestra labor como científicos,
inculcar la curiosidad, el librepensamiento, el asombro, la pasión,
así como el amor por el arte (y por cualquier otra forma de la
experiencia que construya y fortifique al
espíritu humano) en
las nuevas generaciones. Pero todo
esto no puede simplemente ensamblarse al
primer intento en la mente de los miembros de nuestra sociedad, es casi imposible
desprogramarlos tan rápido, lo que se tiene que hacer entonces, es
ir inundando de poco a poco, para que, si se se tiene fortuna y el
adoctrinamiento de las personas a las que lleguen nuestras voces no
es tan profundo, sea la propia persona la que abra los ojos sin tener
que encandilarla de golpe.
Nuestra responsabilidad es señalar lo evidente y proporcionar las herramientas necesarias para pensar clara, objetivamente y sin prejuicios ni ideologías que contaminen y cercenen nuestra razón; no obligar a nadie a
que acepte solo porque sí lo que decimos, después de todo, lo que
se busca no es la sumisión de la mente, sino su libertad.
La
escencia de una mente independiente no radica en lo que piensa, sino
en cómo
piensa.
—Christopher
Hitchens.
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