jueves, 28 de junio de 2018

Sobre nuestra batalla contra la irracionalidad


Pienso que nuestro trabajo como científicos, divulgadores, pensadores críticos y escépticos no es convencer a nadie de nada, tampoco persuadirlos de que acepten nuestras ideas, ni desconvertirlos de sus creencias. Porque por más que intentemos hacer esas cosas, es simplemente imposible lograrlo, como decía Terence Mckenna “el problema no es encontrar la respuesta, el problema es enfrentarla”.

No se puede convencer a una persona que ha sido sistemática y dogmáticamente reprimida de sus facultades críticas, de que abandone de golpe las ideas que le han sido embutidas desde su infancia, y no me refiero únicamente a las creencias religiosas, sino a toda la amplia gama de supersticiones y sinsentidos que tanto habitan en nuestra sociedad. No podemos convencer al ciudadano corriente que deje de creer en los horóscopos, en los aliens, en la homeopatía, en la tierra plana, ni en cualquiera de los miles de dioses que la humanidad se ha inventado; porque todas estas creencias aunque parezcan inofensivas, parten del mismo principio en el que se basan los actos suicidas en nombre de Alá, o en los padres que se niegan a vacunar a sus hijos (promoviendo el surgimiento de enfermedades que creíamos errádicadas), tanto el fundamentalista que mata y se mata por y para su dios, como el moderado que intenta amalgamar ideologías de la edad de piedra con los avances del mundo moderno (aunque al final solo consiga entrar en un estado de disonancia cognitiva), surgen a raíz del mismo fenómeno: la noción de que hay virtud en aceptar como cierta cualquier afirmación sin requerir evidencias que las sustenten, bug o fallo mental tambien conocido como “fe”.

Es el viejo dilema que señaló Carl Sagan: no se puede convencer a un creyente de nada, porque sus creencias no se basan en la evidencia, sino en la enraizada necesidad de creer. Por lo tanto, cualquier intento de desconversión está obligado a fracasar, sin importar cuántas toneladas de evidencia científica e histórica (o de cualquier otro tipo) se presenten. El creyente está programado para no pensar, para conformarse con respuestas que no responden nada, para no cuestionar ni desafiar a la autoridad. La persona que recurre a la fe y a los vacíos en el conocimiento actual para justificar sus actos y creencias, pertenece sin duda, a la primera infancia de nuestra especie. Este tipo de personas son como palomas en una caja de Skinner: van por la vida confundiendo correlaciones arbitrarias y concidencias con causalidad, pero ¿cómo culparlos? En un universo caótico donde las causas e interacciones de la naturaleza permancen tan ocultas al ojo inexperto de una especie de Homínido medianamente inteligente que solo lleva unos cuantos cientos de miles de años en este planeta, era de esperarse que se fundieran pseudoexplicaciones que parecieran tener sentido. Así como no se puede convencer a un niño de que deje de creer de golpe en santa o el hada de los dientes, tampoco se puede convencer a un adulto de que se deshaga de sus concepciones más arraigadas; pero de la misma forma en la que un niño crece, madura, adquiere nuevos conocimientos y formas de interpretar la realidad; cualquier persona es perfectamente capaz de quitarse la absurda venda de la fe. Por lo tanto, no podemos perder el tiempo embarcandonos en una cacería u holocausto intelectual para eliminar de las mentes de las personas todas estas nociones absurdas. Lo que sí podemos hacer es poner al alcance de todos el conocimiento y método científico, señalar la evidencia que contradice las creencias irracionales y dogmas de cualquier tipo, así como las inconsistencias lógicas de las mismas, luchar porque todos tengan acceso a una vida y educación de calidad, defender la separación del estado y la iglesia, promover el escepticismo y el pensamiento crítico, exponer de forma atractiva a la sociedad (y en palabras que cualquiera pueda entender) nuestra labor como científicos, inculcar la curiosidad, el librepensamiento, el asombro, la pasión, así como el amor por el arte (y por cualquier otra forma de la experiencia que construya y fortifique al espíritu humano) en las nuevas generaciones. Pero todo esto no puede simplemente ensamblarse al primer intento en la mente de los miembros de nuestra sociedad, es casi imposible desprogramarlos tan rápido, lo que se tiene que hacer entonces, es ir inundando de poco a poco, para que, si se se tiene fortuna y el adoctrinamiento de las personas a las que lleguen nuestras voces no es tan profundo, sea la propia persona la que abra los ojos sin tener que encandilarla de golpe. Nuestra responsabilidad es señalar lo evidente y proporcionar las herramientas necesarias para pensar clara, objetivamente y sin prejuicios ni ideologías que contaminen y cercenen nuestra razón; no obligar a nadie a que acepte solo porque sí lo que decimos, después de todo, lo que se busca no es la sumisión de la mente, sino su libertad.




La escencia de una mente independiente no radica en lo que piensa, sino en cómo piensa.

—Christopher Hitchens.

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