CAPÍTULO I
25/08/2014
"Desde hace algunos días
he luchado en vano para apartar esta idea de mi mente, pero entre más razono,
menos razones encuentro para desecharla: La verdad es que, por la cantidad
adecuada, sí mataría a alguien, todos tenemos un precio y el que diga que no,
está mintiendo. Pero más allá del dinero (el cual aceptaría por ser un medio,
más no por ser el motivo), creo que lo que en realidad me atrae es la idea de cometer
el crimen perfecto; cuidar cada uno de los detalles, planificar con
anticipación, resolver las dificultades que se te van presentando, manejar los
tiempos, los sucesos anteriores -como un titiritero del destino, para converger
en el acto final y ser capaz de otorgarle a alguien una muerte bella, elegante
y lo suficientemente cautelosa como para no ser atrapado… No estoy diciendo que
posea el derecho de quitarle la vida alguien, creo que nadie lo posee, ni
siquiera los dioses (si es que existen), pero pienso que todos somos egoístas a
nuestra manera, y sí tuviera la oportunidad de poder llevar a cabo un acto
irremediable y salir impune, lo haría, es decir, solo imagina la cantidad de
emociones nuevas que habría de experimentar, ser capaz de tomar un pequeño
pedazo del futuro y manipularlo a mi gusto, además del suicidio no puedo pensar
en un acto mayor de control absoluto. Y eso es todo… No veo porque un homicidio
bien llevado a cabo no pueda ser considerado una obra de arte."
He desvanecido 28 vidas desde que escribí esto en mi diario,
todas de maneras completamente distintas, en un arrebato de inspiración he
compuesto una maravillosa sinfonía de dolor y muerte, he pintado el futuro con
la sangre de mis víctimas y nada ha cambiado para mí, el motivo sigue siendo el mismo que escribiera aquella noche.
Esta no es una historia
sobre el detective que va tras el asesino en serie, la mayoría de asesinos
suelen dejar una marca indistinguible que los caracterice como únicos, cual
artista firmando su trabajo degüellan con una navaja de barbero, envenenan
con alguna sustancia irrastreable pero única, posicionan los cuerpos en cierta
postura o dejan algún objeto en la escena del crimen, pero yo no, a mí no me
atrae el reconocimiento, prefiero ser un artista anónimo que controla todo desde
las sombras, por el mero placer de hacer arte; he cuidado cada uno de mis pasos lo suficiente como
para ser considerado un alma que se balancea en el limbo de la no existencia, como
dije antes, esta no es la historia del gato que va tras el ratón, esta es la
confesión del ratón anónimo que hace al gato caer en la trampa, que devora al
perro de un bocado, que defeca en los alimentos, que destruye las vestiduras, que extermina a los humanos de la casa donde se refugia, que mata y que nadie nota
jamás. Esta es mi confesión.
Continuará (tal vez)...
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